domingo, 4 de septiembre de 2016

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Un perfil cognitivo de la obesidad y su empleo en nuevas intervenciones | 28 AGO 16

¿Porqué las dietas para adelgazar suelen fracasar?

¿Porqué es tan difícil resistir el ambiente “tóxico” generador de obesidad? La conducta, el cerebro, la cultura
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Autor: Jansen A, Houben K, Roefs A. Fuente: Front. Psychol. 6:1807. doi: 10.3389/fpsyg.2015.01807  A Cognitive Profile of Obesity and Its Translation into New Interventions
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Resumen Los especialistas indican a las personas que deben adelgazar que cambien sus hábitos de vida y aumenten su gasto calórico. Aunque es un consejo correcto, el cambio de hábitos de vida es muy difícil, especialmente para las personas con un “perfil cognitivo de obesidad.” En este trabajo se analizan algunos procesos cognitivos que podrían mantener los hábitos alimentarios insalubres, como el aumento de la reactividad a las señales de comida, las habilidades ejecutivas escasas y el sesgo de la atención. También se intenta emplear estos datos científicos básicos para nuevas intervenciones con el objetivo de abordar los procesos cognitivos que sabotean el adelgazamiento.

INTRODUCCIÓN

Los genes cargan el arma, el ambiente aprieta el gatillo” (Bray, 2004) es una cita frecuente cuando los especialistas discuten sobre obesidad. Se refiere a que la obesidad se genera por la interacción entre una predisposición genética específica y el ambiente actual, que es “obesógeno”. Se argumenta que nuestros viejos genes no pueden manejar una cultura tóxica como la actuaI, donde la industria alimentaria comercializa agresivamente sus calorías baratas, ampliamente disponibles.

Las calorías no solo se consiguen fácilmente, sino que también son muy gratificantes: las comidas chatarra son comidas procesadas, saturadas en grasas, azúcares o sal, que es lo que gusta a la mayoría de las personas. Son reforzadores muy deseados (Epstein and Leddy, 2006; Giesen et al., 2009) que provocan fácilmente una alimentación gratificante o “hedonista”, es decir que comer está totalmente motivado por el placer y no por el hambre o la falta de calorías (Appelhans, 2009).

La causa fundamental de la obesidad o el exceso de grasa corporal, es que el consumo calórico excede las necesidades calóricas (Wood, 2006). Además de la enorme disponibilidad de alimentos hipercalóricos, el desarrollo tecnológico actual fomenta totalmente el sedentarismo: casi todo se puede hacer con el automóvil, la computadora o el smartphone.

Si bien la obesidad se considera una respuesta normal a la sociedad moderna, especialmente en individuos predispuestos genéticamente (Wadden et al., 2002), es un problema sanitario global muy grave. Su prevalencia es de alrededor del 35% en los EEUU (Center for Disease Control Prevention, 2015), del 10–30% en los países dela Unión Europea e inferior al 10% en Asia (World Health Organisation Europe, 2015 aunque se observa un notable aumento de su prevalencia en Asia (Ramachandran and Snehalatha, 2010).*

*N. del T. Agregamos datos de América latina, donde según la OMS (2015), unos 130 millones de personas, es decir casi un cuarto de la población  sufren sobrepeso y obesidad

La obesidad es una amenaza para la salud; se asocia con numerosas enfermedades, gran aumento de la mortalidad, aumento de la depresión y disminución de la calidad de vida (Jia and Lubetkin, 2010). También origina grandes costos médicos y pérdida significativa de la productividad como consecuencia de las licencias por enfermedad.

Muchos obesos saben que deberían comer menos, consumir alimentos más saludables y hacer más ejercicio, pero la mayoría no logra cambiar su conducta durante el tiempo suficiente
Hace décadas que se investigan las características genéticas y biomédicas de la obesidad por un lado y el ambiente que facilita la sobrealimentación por el otro. A pesar de que generalmente se sostiene que una interacción desafortunada de genes y ambiente predispone a la obesidad, la solución más frecuente que dan los especialistas para disminuir o prevenir la obesidad es relativamente sencilla: cambie sus hábitos de vida.

Es difícil cambiar el medio ambiente, incluida la industria alimentaria, como así también los genes. Los especialistas en salud y alimentación, por lo tanto, subrayan la importancia de una alimentación más saludable y de hábitos de vida menos sedentarios. Los especialistas suponen que si las personas saben qué hacer, lo pueden hacer, pero es un error. Muchos obesos saben que deberían comer menos, consumir alimentos más saludables y hacer más ejercicio, pero la mayoría no logra cambiar su conducta durante el tiempo suficiente.

La mayor parte de los intentos de hacer dieta a la larga fracasan: muchos pueden adelgazar un poco en el corto plazo, pero a menudo vuelven a engordar con rapidez y con frecuencia terminan con más kilos de los que perdieron inicialmente (WingandHill, 2001; WingandPhelan, 2005). Se estima que menos del 20% de los obesos pueden lograr un peso saludable y sostenerlo en el largo plazo (Mannetal., 2007).

Estudios de intervención de los hábitos de vida con el objetivo del descenso de peso muestran cambios del índice de masa corporal (IMC), que suelen ser pequeños (alrededor del 5%) y efímeros (Jefferyetal., 2000; Curioniand Lourenco, 2005; Franzetal., 2007; Powelletal., 2007; Barte et al., 2010; Kirketal., 2012; Waddenetal., 2014.

Aunque descensos de peso relativamente pequeños pueden generar consecuencias positivas para la salud de los participantes, muchos continúan siendo obesos tras una intervención en sus hábitos de vida. ¿Por qué tantos fracasos con las dietas y el adelgazamiento? ¿Porqué es tan difícil resistir el ambiente “tóxico” generador de obesidad?

Todas las dietas sirven cuando se las cumple (Thomas et al., 2008; Johnstonetal., 2014). Las personas que no pueden cambiar sus hábitos alimentarios suelen mencionar que les es difícil cumplir con las recomendaciones, que lo pueden hacer durante unos pocos días, pero después vuelven a recaer en sus viejos hábitos. Conocer cuál es la alimentación saludable e incluso tener apoyo para cambiar los hábitos de vida no es suficiente para cambiar la conducta alimentaria. El determinante más importante del descenso de peso es el cumplimiento de una dieta hipocalórica (Halletal., 2015) y el cumplimiento es más fácil cuando se cambian los malos hábitos arraigados (Rothman et al., 2009).

Los especialistas suponen que si las personas saben qué hacer, lo pueden hacer, pero es un error.
¿Qué sabemos acerca de los mecanismos que mantienen arraigados los hábitos alimentarios insalubres y que hacen difícil el cumplimiento de la nueva dieta? Este artículo presenta algunos procesos cognitivos que podrían sabotear el éxito de la dieta. Además, se intenta adaptar los datos científicos a nuevos módulos de intervención cognitivo-conductuales para abordar los procesos cognitivos saboteadores y que podrían ayudar a cumplir la dieta.



ADQUISICIÓN DE ANTOJOS ALIMENTARIOS

Es relativamente fácil aprender deseos de comer provocados por ciertas señales mediante procedimientos clásicos de condicionamiento
Los deseos de comer y los antojos de ciertos alimentos se pueden aprender fácilmente. En la actualidad, las exposiciones frecuentes a comidas muy sabrosas hacen que el número de posibilidades diarias de asociar señales y contextos con comidas sabrosas sean casi interminables (Kessler, 2009; Rothmanetal., 2009; Bouton, 2011). Siempre que se consume comida hay oportunidad de asociar el consumo con señales presentes en ese momento (Jansen, 1998; Bouton, 2011). Numerosos estudios en animales mostraron que las respuestas fisiológicas generadas por el consumo de comida (por ejemplo la liberación de insulina, el aumento de la glucemia, la salivación) pueden aparecer por cualquier estímulo asociado con la comida, como olores, la hora del día, ver, oler y probar la comida y también ciertos contextos (Jansen, 1998; Bouton, 2011; Jansenetal., 2011a).

Esta asociación entre señales o contextos y consumo es una forma de reflejo condicionado. Las señales o los contextos asociados con el consumo se volverán señales (estímulos condicionados) para el consumo (estímulos no condicionados).

Estudios en animales muestran que los ratones consumen más o menos de sus comidas preferidas cuando están expuestos a señales que antes estuvieron relacionadas con comidas muy sabrosas (Boggiano et al., 2009). Los autores llegan a la conclusión de que las señales del contexto asociadas con el consumo de comida sabrosa pueden generar sobrealimentación en ratones, incluso cuando ya están saciados y la comida no es su favorita.

En los seres humanos, también parece ser relativamente fácil aprender deseos de comer provocados por ciertas señales mediante procedimientos clásicos de condicionamiento (VanGucht et al., 2008; Papachristou et al., 2013; VandenAkker et al., 2013, 2014, 2015; BongersandJansen, 2015; Bongersetal., 2015). Tras aprender un estímulo que anuncia consumo, la sola presencia de este estímulo es suficiente para despertar expectativas y deseos de comer.

La analogía con la vida cotidiana es que si uno come chocolate todas las noches a las 9, después de la cena, sentirá deseo de comer chocolate después de la cena justo a esa hora. Aunque se esté saciado, una señal que anuncia el consumo puede suscitar deseos, por ejemplo el sólo pensar lo delicioso que podría ser el postre haría que las personas sientan “hambre” y coman, aunque ya hayan consumido una comida abundante, lo que causa el consumo provocado por señales para aumentar el riesgo de sobrealimentación. (Jansenetal., 2011a).

La respuesta a las señales que indican la disponibilidad de comidas sabrosas puede ser fisiológica, como la salivación o la activación neural o psicológica, como el deseo o el antojo de comer y podría llevar a la sobrealimentación por señales y finalmente al aumento de peso (Boswell and Kober, en prensa). El aumento de la reactividad a las señales y la sobrealimentación tras sentir el olor de comidas sabrosas durante exposiciones breves es una respuesta normal que se encuentra generalmente en adultos sanos. (Nederkoorn et al., 2000; Ferriday and Brunstrom, 2011; Jansen et al., 2011b).

Sin embargo, la reactividad a las señales es significativamente más fuerte en pacientes con bulimia nerviosa (VögeleandFlorin, 1997; Neudeck et al., 2001; Legenbaueretal., 2004; Nederkoorn et al., 2004) y en personas obesas (Tetley et al., Frontiers in Psychology 2009; Ferriday and Brunstrom, 2011) que en adultos delgados sin trastornos alimenticios. Los niños con sobrepeso demostraron sobrealimentación debido a señales a diferencia de los niños delgados y sólo en los que tenían sobrepeso la cantidad consumida se relacionó con aumento de la salivación durante la exposición a los alimentos (Jansenetal., 2003).

En conclusión, la reactividad a las señales de comida parece ser mayor en las personas con trastornos alimentarios y en los obesos e induce al consumo de alimentos, incluso cuando no hay hambre y sobrepasando las calorías necesarias. Aunque esta reactividad a las señales de comida tiene un fuerte componente de aprendizaje (condicionamiento clásico), también tiene un componente genético.

Alrededor del 67% de la variabilidad del IMC tiene una base genética, de la cual sólo el 10% está relacionada con procesos metabólicos (Ravussinand Bogardus, 2000; Llewellyn and Wardle, 2015), mientras que la mayor parte de la predisposición genética a la obesidad se refleja en una hiperreactividad a las señales de comidas sabrosas (Carnell et al., 2008; Llewellyn et al., 2010).

Para resumir, el aumento de la reactividad a las señales relacionadas con comidas, incluidas las emociones, los pensamientos y los contextos, podría ser predictor de la sobrealimentación por las señales de comidas. La reactividad a las señales, es decir los deseos aumentados de comer o los antojos de ciertas comidas en respuesta a señales que indican consumo, sabotea fácilmente la alimentación saludable y podría dificultar el descenso de peso y su mantenimiento.

Empleo en un módulo de intervención

La disminución de la reactividad a señales de comida tentadoras, podría facilitar una alimentación más saludable y controlada (Jansen et al., 2011a). Los que tienen éxito con la dieta informan que se abstienen especialmente de consumir comidas grasas ricas en calorías y hacen dieta estricta con poca variedad en su alimentación (Wing and Hill, 2001; Gorin et al., 2004; Phelan et al., 2008).

En línea con el modelo de reactividad a las señales, se halló que los ex obesos que hicieron dieta con éxito mostraron significativamente menos reactividad (salivación) durante la exposición a señales de comida que los que hicieron dieta sin éxito (Jansen et al., 2010) . De manera que la pregunta es: ¿Cómo podemos disminuir o eliminar la reactividad a las señales de comida?

El tratamiento de exposición es una intervención conductual conocida que se aplica en los trastornos de ansiedad desde hace décadas y parece ser eficaz para disminuir las conductas de temor y evitación. Hace varias décadas se la adaptó a los trastornos de adicción (Drummond and Glautier, 1994) y a los trastornos alimentarios (Jansen et al., 1989). La exposición a señales de comida con prevención de la respuesta apunta a eliminar la reactividad a la señal de comida y disminuir la sobrealimentación (Jansen et al., 1992, 2011a; Jansen, 1998; Havermans and Jansen, 2003).

La exposición a señales de comida fue diferente a las exposiciones existentes en ese momento, que buscaban reducir la ansiedad, por ejemplo, se previno la ansiedad asociada con el consumo de una gran cantidad de alimentos muy calóricos mientras se previenen los vómitos (véase  Schmidt and Marks, 1988).

El objetivo de la exposición a la comida es romper el vínculo entre señales y sobrealimentaciónmediante la exposición repetida y prolongada no reforzada a señales predictoras de sobrealimentación. Su objetivo no fue reducir la ansiedad, sino reducir el deseo de comer. Durante la exposición, la persona es confrontada con  señales que indican la alimentación insalubre, como la vista, el olor y el gusto de sus comidas favoritas y con contextos relacionados con la sobrealimentación como lugares o situaciones, emociones, pensamientos y atributos específicos.

Toca la comida durante la exposición, la agarra, la huele intensa y prolongadamente. El gusto suele ser una señal directa para el consumo y provoca deseos; se estimula un mordisco muy pequeño para experimentar el gusto, sin continuar comiendo. De esta manera se aprende gradualmente que las señales no siempre indican que la persona come de manera insalubre o incontrolada, a la larga comienzan a predecir la falta de ingesta (y presuntamente inhibición aprendida).

La exposición dura alrededor de una hora y a la larga generará disminución de reactividad a señales (disminución del deseo de comer) y aumento de la capacidad de inhibición (no comer) porque gradualmente se aprende que las señales también pueden predecir el no comer. Varios estudios sugirieron que la exposición a las señales de comida puede ser eficaz para reducir los antojos, la sobrealimentación o los episodios de ingesta compulsiva (Schyns et al., en prensa), (Jansen et al., 1992; Toro et al., 2003; Martinez-Mallén et al., 2007; Boutelle et al., 2011). Un estudio reciente de neuroimágenes mostró que la exposición prolongada a oler sin comer disminuye la actividad cerebral relacionada con la recompensa (Frankort et al., 2014).


FUNCIÓN EJECUTIVA

La función ejecutiva se refiere a un conjunto de habilidades y procesos relacionados con la capacidad de autorregulación y el empleo de los recursos cognitivos para lograr un objetivo o para ejecutar acciones dirigidas hacia un objetivo (Baddeley, 1986; Norman and Shallice, 1986; Miyake et al., 2000). Tres habilidades principales son:

  1. La inhibición: la capacidad de postergar la conducta para el momento apropiado, de resistirse a los impulsos y tentaciones.
     
  2. La flexibilidad: la capacidad de tener pensamiento flexible a fin de responder apropiadamente a una situación.
     
  3. La memoria de trabajo: la capacidad de retener información en la memoria para completar una tarea.
Cuando las funciones ejecutivas están alteradas, los impulsos automáticos (por ejemplo: ¡come!) no se manejan adecuadamente y puede haber conductas indeseables (por ejemplo, comer de manera insalubre o descontrolada) (Hofmann et al., 2012). Estas habilidades ejecutivas, cuando son excelentes también se conocen como “gran autocontrol”.

Las deficiencias de la función ejecutiva se asociaron con adicciones y sobrealimentación (Verdejo-García et al., 2008). Estudios recientes de la función ejecutiva en personas obesas muestran características disfuncionales en estas personas (Fagundo et al., 2012; Reinert et al., 2013).

La inhibición para responder es la capacidad para no efectuar una repuesta, para rechazar las intenciones automáticas de responder directamente a los estímulos sin pensar. Un dato importante es que la obesidad se asocia con un control inhibitorio menos eficaz (Nederkoorn et al., 2006a,b,c, 2009; Guerrieri et al., 2008). Además, se halló que la inducción experimental de un estilo de respuesta desinhibitoria en participantes sanos con peso normal causó mayor consumo de comida (Guerrieri et al., 2009). Pero la inversa podría ser cierta, es decir que la sobrealimentación puede provocar disminución de la inhibición (Martin and Davidson, 2014).

Aunque algunos estudios sugieren que la respuesta inhibitoria insuficiente de las personas obesas es una característica conductual más general, es decir no relacionada específicamente con la comida y el comer, estudios recientes argumentan que se relaciona específicamente con la respuesta a la comida (Batterink et al., 2010; Mobbs et al., 2011; Nederkoorn et al., 2012; Houben et al., 2014). Se sugiere que la sobrealimentación es consecuencia de la falta de control inhibitorio sobre el sistema hedonístico en especial el relacionado con el apetito, que dificulta abstenerse de comer en exceso en situaciones tentadoras.

La disminución de la capacidad inhibitoria también se relaciona con el fracaso de las dietas. Dos estudios mostraron esto en niños obesos (Nederkoorn et al., 2006b; Kulendran et al., 2014). Sin embargo, otro estudio halló que la habilidad inhibitoria escasa en realidad predecía mayor descenso de peso en adolescentes (Pauli- Pott et al., 2010).

La idea del aumento del control inhibitorio en las personas que hacen dieta con éxito y disminución del mismo en la obesidad está apoyada indirectamente por la demonstración de la diminución del metabolismo de la corteza prefrontal (CPF) en la obesidad (Volkow et al., 2008, 2011), mientras que se halló aumento de la actividad de la CPF en personas que hicieron dieta con éxito (Del Parigi et al., 2007; Sweet et al., 2012).

En conclusión, la disminución de las habilidades para la inhibición podría facilitar la sobrealimentación en situaciones tentadoras, reducir así el efecto de las intervenciones para adelgazar y aumentar el riesgo de recaída tras un descenso de peso exitoso, mientras que aumentar las habilidades para la inhibición podría facilitar el adelgazamiento y su mantenimiento.

Empleo en un módulo de intervención

Como la obesidad se relaciona con deficiencias en la función ejecutiva, es interesante estudiar si es posible mejorar la función ejecutiva y si esta mejoría facilita la abstención de la alimentación insalubre. En estudios experimentales, enseñar inhibición y control generó mejores habilidades de inhibición y disminuyó el consumo ulterior (Guerrieri et al., 2009, 2012).

Además, los participantes que aprendieron a responder a las comidas saludables y a inhibir las respuestas a las comidas insalubres redujeron significativamente el consumo de tentempiés (Houben and Jansen, 2011, 2015; Veling et al., 2011, 2013; Houben et al., 2014; Lawrence et al., 2015b; Allom and Mullan, 2015) y algunos estudios incluso lograron descenso de peso tras el entrenamiento de la inhibición (Veling et al., 2014; Lawrence et al., 2015a).

Se hallaron efectos comparables para la conducta de beber en exceso: entrenar la respuesta inhibitoria disminuyó el consumo de alcohol (Houben et al., 2011a, 2012; Bowley et al., 2013; Jones and Field, 2013).

También cuando la memoria de trabajo es débil, los impulsos manejan más la conducta. El entrenamiento de la memoria de trabajo en alcohólicos pareció ser eficaz para disminuir el consumo de alcohol (Houben et al., 2011b).

En conclusión, aunque las intervenciones para mejorar la función ejecutiva recién están en sus comienzos, los resultados preliminares parecen alentadores. Es útil estudiar maneras de promover una mejor función ejecutiva en personas obesas: el descenso de peso probablemente será más fácil y duradero cuando la persona tiene mejor autorregulación y menos respuestas impulsivas.


RECOMPENSAS INMEDIATAS

Las personas difieren en su capacidad de resistencia a la tentación y las recompensas inmediatas
Comer se asocia inseparablemente con gratificación. La comida es una fuerte recompensa natural, especialmente cuando es rica en calorías, grasas, sal y azúcar. El sistema de recompensa es fundamental en el desarrollo de la obesidad (Appelhans et al., 2016). El control del peso presupondría que uno no se pierde en tentaciones inmediatas (comer los alimentos que significan recompensa), sino que tiene objetivos a largo plazo (adelgazamiento y mantenimiento del mismo).

Las personas difieren en su capacidad de resistencia a la tentación y las recompensas inmediatas (Appelhans et al., 2016). Para algunos es difícil esperar las recompensas ulteriores. Esta incapacidad de postergar la gratificación se demostró repetidamente en la obesidad (Davis et al., 2004a,b; Franken and Muris, 2005; Davis et al., 2007; Weller et al., 2008; Daniel et al., 2013a). El deseo de experimentar placer directo o refuerzo también está presente cuando el refuerzo directo que se prefiere es más pequeño que un refuerzo mayor postergado, es decir el descuento por demora. Un ejemplo es la decisión de comer inmediatamente las comidas sabrosas a expensas del control de peso a largo plazo.

En conclusión, esforzarse por recompensas inmediatas a expensas del control del peso a largo plazo disminuye el efecto de las intervenciones sobre los hábitos de vida, mientras que la capacidad de postergar la gratificación podría facilitar el adelgazamiento exitoso y su mantenimiento.

Empleo en un módulo de intervención

Es necesaria una intervención que mejore la capacidad de postergar las gratificaciones. Una mejor capacidad para postergar las recompensas podría reducir la sobrealimentación descontrolada e impulsiva y facilitar la normalización del peso (Dassen et al., 2015). Es posible que la exposición a señales de comida y el entrenamiento de la inhibición mejoren también la capacidad de postergar la gratificación.

Recientemente, algunos estudios investigaron intervenciones basadas sobre el pensamiento futuro episódico que abordaban directamente el descuento por demora para reducir el consumo alimentario (Daniel et al., 2013b, 2015; Dassen et al., 2016). El pensamiento futuro episódico es una estrategia para cambiar la preferencia de una persona de la gratificación inmediata a las recompensas postergadas y se refiere a la proyección de uno mismo hacia el futuro (Atance and O’Neill, 2001), que produce una mayor elección de recompensas postergadas (Koffarnus et al., 2013).

El pensamiento futuro episódico disminuyó el descuento por demora y también el consumo calórico en relación con un grupo de control que no empleó esta estrategia (Daniel et al., 2013b, 2015; Dassen et al., 2016). El entrenamiento en pensamiento futuro episódico es una intervención prometedora para disminuir la sobrealimentación impulsiva.


SESGO DE ATENCIÓN

El mayor atractivo de las comidas hipercalóricas se reflejó en la atención sesgada en el procesamiento de las señales de comida en personas obesas (Braet and Crombez, 2003; Castellanos et al, 2009; Werthmann et al., 2011). El sesgo de la atención (SA) relacionado con la comida se refiere al procesamiento de la atención selectivo de las señales de comida, incluida la mayor atención hacia y la interferencia de esas señales en relación con otras, pero también la evitación de señales de comida en relación con otras señales podría reflejar un SA.

(Werthman et al. 2011) estudiaron el curso de la atención durante la exposición a señales de comidas hipercalóricas vs señales de bajas calorías y señales neutrales en personas obesas vsparticipantes con peso normal mediante un dispositivo de seguimiento ocular. Se halló un SA para comidas ricas en grasas en personas obesas. Los participantes obesos mostraron una orientación inicial más frecuente hacia las comidas ricas en grasas y esta orientación inicial fue seguida por la disminución de la atención para estas comidas, lo que sugiere una ambivalencia acercamiento -evitación en las personas obesas (Werthmann et al., 2011).

Sin embargo, varios estudios no muestran sesgos de atención en las personas obesas (Roefsetal., 2015). Los autores sugieren que el SA depende del estado. Es decir, que las personas obesas quizás no siempre tengan un SA hacia la comida, lo que puede hacer que la restricción de comida sea más difícil, pero sólo cuando su mente está centrada en el hedonismo (Roefs et al., 2015; Werthmann et al., 2015a). Un estudio halló que un sesgo hacia los alimentos hipercalóricos se relaciona especialmente con los antojos de comidas en una muestra de estudiantes universitarias (Werthmann et al., 2013).

Otros estudios hallaron que los antojos de comida inducidos llevan a un SA en las personas que sienten intensos deseos de comer chocolate (Kemps and Tiggemann, 2009; Smeets et al., 2009) y que la saciedad inducida en una muestra de participantes hambrientos disminuyó el SA (Di Pellegrino et al., 2011). A la inversa, un SA inducido para comidas hipercalóricas (chocolate) provoca antojos en estudiantes (Kempsetal., 2014; Werthmann et al., 2014) y los estudiantes entrenados para comer alimentos saludables consumen relativamente más alimentos saludables después (Kakoschke et al., 2014).

La orientación inicial hacia comidas ricas en calorías en participantes obesos se asoció positivamente con antojos experimentados subjetivamente y mayor consumo durante una prueba ficticia del gusto (Werthmann et al., 2011). En un estudio reciente, los mismos autores mostraron que el sesgo de orientación inicial pronosticaba adelgazamiento reducido en niños obesos que participaban en tratamiento de los hábitos de vida (Werthmann et al., 2015b).

Empleo en un módulo de intervención

Hay cierta evidencia de que la atención sesgada hacia la comida pronostica la fuerza de los antojos experimentados, la cantidad consumida e incluso la cantidad de peso aumentado en la obesidad. Sería sensato entrenar la atención de manera que no estuviera sesgada hacia alimentos hipercalóricos.

Los estudios sobre el efecto dela modificación del SA son alentadores: demuestran que entrenar la atención para alejarse de las comidas hipercalóricas e insalubres y favorecer la atención hacia las comidas saludables de bajas calorías disminuye los antojos y el consumo alimentario (Boutelle et al., 2014; Kakoschke et al., 2014; Kemps et al., 2014; Werthmann et al., 2014).


CONCLUSIÓN

La obesidad es principalmente un trastorno conductual y cognitivo
En conclusión, mientras que los genes y el ambiente pueden cargar el arma, pareciera que los procesos cognitivos aprietan el gatillo: la obesidad es principalmente un trastorno conductual y cognitivo. El ambiente actual es generador de obesidad para las personas que son muy reactivas a las señales de comida, sensibles a la gratificación inmediata y con pocas habilidades ejecutivas.

El consejo de los especialistas es que cambien sus hábitos de vida: deberían comer menos y de manera más saludable y hacer ejercicio con mayor frecuencia. Si bien esto esencialmente es correcto, parece ser muy difícil cambiar los hábitos de vida, especialmente para las personas reactivas a señales de comida, con pocas habilidades ejecutivas, sensibles a las gratificaciones inmediatas. Son necesarios conocimientos sobre los mecanismos cognitivos que se asocian con estas características a fin de un cambio de conducta eficaz. Se sostiene que los hábitos insalubres se pueden cambiar por intervenciones que aborden estos mecanismos de mantenimiento cognitivo.

Este trabajo analizó algunos mecanismos de mantenimiento cognitivo y sugiere algunos módulos para la intervención: exposición a señales con prevención de la respuesta, entrenamiento de las funciones ejecutivas como la inhibición, la memoria de trabajo y la demora de la gratificación, estructuración cognitiva y entrenamiento en la modificación del SA.

Se traza una sencilla línea recta de un proceso específico a un módulo de entrenamiento, aunque la realidad es más compleja: los diversos procesos cognitivos se interrelacionan y se influyen entre sí y un módulo de entrenamiento específico podría no sólo influir sobre el proceso específico, sino que podría generalizar sus efectos a otros procesos cognitivos. Significa que hay espacio para nuevas investigaciones.

*Traducción y resumen objetivo Dr. Ricardo Ferreira




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