martes, 13 de septiembre de 2016

Lasker para las nuevas terapias contra la hepatitis C - DiarioMedico.com

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PREMIOS DE INVESTIGACIÓN MÉDICA

Lasker para las nuevas terapias contra la hepatitis C

La investigación que ha revolucionado el tratamiento contra la hepatitis C ha merecido este año el premio Lasker en Medicina Clínica; en la categoría de Medicina Básica, recae en los hallazgos sobre la adaptación celular al oxígeno.
Redacción. Madrid   |  13/09/2016 11:05
 
 

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Ralf F.W. Bartenschlager, Charles M. Rice y Michael J. Sofia
Ralf F.W. Bartenschlager, Universidad Heidelberg; Charles M. Rice, Universidad Rockefeller; y Michael J. Sofia, Arbutus Biopharma. (Fundación Lasker)
  • Ralf F.W. Bartenschlager, Charles M. Rice y Michael J. Sofia
  • William G. Kaelin, Jr., Peter J. Ratcliffe y Gregg L. Semenza
Los premios Lasker a la investigación médica ponen sus ojos este año en los hallazgos en la replicación del virus de la hepatitis C, que han permitido desarrollar un tratamiento revolucionario contra esta enfermedad.
Ralf F.W. Bartenschlager, de la Universidad de Heidelgberg (Alemania); Charles M. Rice, de la Universidad Rockefeller (Estados Unidos), y Michael J. Sofia, científico inicialmente de la compañía Pharmasset y ahora en Arbutus Biopharma, son los investigadores merecedores de este premio.
Bartenschlager y Rice han trabajado durante más de una década para conseguir que el virus de la hepatitis C (VHC) se multiplique en células cultivadas en el laboratorio. Una conquista indispensable a partir de la que Sofia, con la misma perseverancia e imaginación, desarrolló y validó moléculas que han culminado con las nuevas terapias contra el VHC.
Para estudiar un virus y sus potenciales tratamientos es necesario poder cultivarlo en el laboratorio. Desde que el VHC se aislara en 1989, gracias a los trabajos de Michael Houghton, por cierto también galardonado con el premio Lasker en Medicina Clínica en el año 2000, los científicos empezaron a encontrarse con un problema: el virus se resistía a replicarse en el laboratorio. Los trabajos de Charles Rice, oriundo de Sacramento (California), dieron con la clave del problema al desarrollar una técnica que evitaba los errores genéticos en el ARN del virus que se empleaba en investigación. De esta forma, Rice pudo depurar la secuencia del ARN vírico con la que infectar a chimpancés y logró un modelo de investigación de la enfermedad infecciosa.
Mientras, Bartenschlager, de forma independiente, también indagaba en la secuencia genética del virus idóneo para investigar. A partir de las aportaciones de Rice, el científico alemán se preguntó de qué forma podrían conseguir virus que se replicaran con más eficiencia en los laboratorios.
Para ello, Bartenschlager insertó un gen que mantenía a las células hospedadoras vivas, si bien solo unas pocas lograban sobrevivir. Esa capacidad se encontraba en una serie de mutaciones que potenciaban la replicación del virus. Al identificarlas e introducir esos cambios en la secuencia en el ARN vírico, aumentó espectacularmente la producción de células cultivadas infectadas con la hepatitis C.
Cimientos para los fármacos
La industria farmacéutica ya tenía modelos manejables para investigar en moléculas candidatas a tratar el VHC. Lo que hacía falta eran fármacos más eficaces para la hepatitis C que los tratamientos convencionales basados en inyecciones de interferón. Una pequeña compañía biotecnológica, Pharmasset, fundada por Raymond Schinazi, entra en escena. En 2005, un científico de esta compañía identificó un análogo de nucleósido que bloquea la replicación del virus en las células cultivadas. Bajo la dirección de Michael Sofia, esa prometedora molécula se convirtió en un nuevo tipo de fármaco contra el VHC. Los primeros ensayos clínicos despertaron el interés de la farmacéutica Gilead, que adquirió Pharmasset, a principios de 2012. El primer medicamento de una nueva familia farmacológica, sofosbuvir, irrumpía en el tratamiento de la hepatitis C y daba pie a los tratamientos con los que se vislumbra la posibilidad de erradicar la hepatitis C.
En la categoría de la investigación médica básica, la Fundación Lasker ha reconocido en esta edición el descubrimiento de las vías por las cuales las células del ser humano, y de la mayoría de los animales, se adaptan a los cambios en la disponibilidad de oxígeno, un proceso esencial en la supervivencia. Los galardonados son William G. Kaelin, del Instituto del Cáncer Dana-Farber en la Universidad de Harvard; Peter J. Ratcliffe, de la Universidad de Oxford e Instituto Francis Crick, y Gregg L. Semenza, de la Universidad Johns Hopkins.
Los descubrimientos de estos tres científicos tienen implicaciones en numerosos procesos biológicos y aportan una valiosa información para el desarrollo de nuevas estrategias terapéuticas en enfermedades tan diversas como la anemia, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
Los seres vivos han adquirido a través la evolución distintos mecanismos para obtener la cantidad de oxígeno que necesitan. Muchos de ellos se valen de los hematíes para transportarlo hacia los diferentes tejidos del organismo; cuando su concentración cae, el organismo sintetiza la hormona eritropoyetina, que promueve la producción de glóbulos rojos.
A principios de los años 90, Semenza y Ratcliffe investigaban el mecanismo por el que la hipoxia estimula la actividad del gen de la eritropoyetina. En colaboración con otros investigadores,identificaron una secuencia de ADN que es necesaria para la activación dependiente de hipoxia.
Proteína HIF-1
Semenza mostró que una proteína del núcleo, a la que denominó HIF-1 (factor 1 inducible por hipoxia) se adhiere a esta región de control del ADN, pero sólo cuando las células experimentan hipoxia. Además, estimula los genes adyacentes.
Junto a otro investigador, Guang Wang, Semenza purificó HIF-1 y observó que posee dos proteínas parejas: HIF1alfa y HIF-1 beta. El componente HIF-1alfa era nuevo y consiguieron aislar el gen que lo codifica en células humanas. Además, vieron que esta proteína desaparecía rápidamente cuando la disponibilidad de oxígeno pasaba a ser alta.
Con el paso de los años Semenza y Ratcliffe fueron agrandando la lista de genes inducidos por hipoxia. Por ejemplo, Semenza demostró en 1996 que HIF-1 activa el gen que codifica uno de los componentes clave de la angiogénesis, el factor de crecimiento endotelial vascular (VEGF).
Enfermedad de Von Hippel-Lindau
Pero aún faltaba una pieza clave del puzle: qué es lo que hace que HIF-1 cambie en función de la disponibilidad de oxígeno. En ese punto entraron en escena los hallazgos de Kaelin, que investigaba un síndrome genético raro: la enfermedad de Von Hippel-Lindau (VHL), que se caracteriza por la aparición de múltiples tumores compuestos por nuevos vasos sanguíneos inapropiadamente formados.
Kaelin descubrió que la proteína VHL ayuda a eliminar los compuestos asociados a la hipoxia cuando hay oxígeno en abundancia. Ratcliffe ató el siguiente cabo: vinculó VHL a la desaparición de HIF-1 en condiciones de mucho oxígeno.
Nuevas terapias
Los descubrimientos de los tres galardonados en la categoría de investigación básica han propiciado que varias compañías farmacéuticas desarrollen ensayos clínicos -actualmente en fases avanzadas- para probar fármacos que activan HIF para aumentar la producción de eritrocitos. Otros investigadores buscan tratamientos para enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer.
El premio se completa con un reconocimiento a la carrera profesional a Bruce M. Alberts, de la Universidad de California en San Francisco, por sus descubrimientos en la replicación del ADN y en la bioquímica de las proteínas.
Desde 1945, los premios Lasker, conocidos como el Nobel americano, reconocen la labor de científicos y médicos en el avance de las ciencias de la salud.

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