domingo, 19 de mayo de 2013

Confiar - 19.05.2013 - lanacion.com  

Confiar - 19.05.2013 - lanacion.com  

Reflexiones

Confiar

Recuerdo, en mi infancia, el desconcierto que me producía escuchar a los adultos amenazar a los niños, asegurándoles que a quienes mintieran les iba a crecer la nariz como a Pinocho. Curiosa receta: ¡combatir la mentira, mintiendo! Hoy, ya sin cigüeñas ni Pinochos, subsisten planteos tan torpes y poco confiables como aquellos que inspiraron mi vocación por entender la naturaleza humana.

La congruencia entre los mensajes que transmitimos, por un lado con palabras y, por otro, con hechos y acciones que las acompañan, es decisiva para que la confianza se teja. Es preciso que coincidan, como decía María Elena Walsh, tira con tirita y ojal con botón. La incoherencia desconcierta, confunde y hace mal.
Se trate de vínculos primarios, amorosos, laborales, de amistad, académicos, el destino y la calidad de una relación depende de la confianza que se respire entre sus protagonistas.

Este sostén infaltable en los vínculos humanos se construye desde el encuentro inicial madre-hijo.

Es la madre quien, a partir de los gestos con los que se expresa el bebe, irá decodificando y ofreciendo respuestas para satisfacerlo. De esas vivencias iniciales de satisfacción, toda criatura aprende, pese a su indefensión inicial, que habrá un otro que lo auxiliará con su amparo. La natural desilusión que producen las frustraciones propias de la vida se irá procesando en el vínculo que los constituye a ambos.

Los efectos de estas experiencias, más o menos confiables, de los comienzos de la vida se harán sentir también en la relación que uno entabla con uno mismo, determinando aquello que hoy llamamos, coloquialmente, autoestima.

La confianza anida en el contexto del vínculo, en ese entre dos tan difícil de describir o definir. La posibilidad de confiar y ser confiable constituye una dimensión vital que nos humaniza. Por eso necesitamos cuidarla.

Cuando se atenta contra ella, rápidamente se desvanece. Cae bruscamente hasta el fondo, con fuerza, como si se cortara la cuerda que sujeta a un ascensor. Infidelidades, estafas, traiciones defraudan y lastiman los lazos, dejando marcas visibles en los vínculos, aun después de cicatrizar.

Cuando la lealtad está jaqueada, la disposición y la entrega hacia el otro cambian su intensidad. El compromiso se debilita, la decepción se hace presente. Complicidades, promesas, secretos entre amigos, acuerdos de palabra, contratos societarios necesitan de la confiabilidad para subsistir. Basta que por alguna fisura se cuele una sospecha para que tiemble la construcción toda.

Habitualmente se piensa a la desconfianza en las antípodas de la posibilidad de confiar. Sin embargo, lejos de ser su opuesto, sirve en pequeñas dosis, como cualquier vacuna, para generar los anticuerpos necesarios y activar defensas contra aquello que nos daña. Sobre todo porque ni la confianza es ciega, ni debiera aspirar a serlo.

El verdadero problema es cuando una atmósfera de control, vigilancia y descrédito se instala y la desconfianza marca el pulso de una relación. Allí la tensión aumenta y la buena fe resulta insuficiente.

Los mismos valores que dan sentido y sostienen el tejido vincular hacen que, aun frente a un desengaño, se apele y se insista en dar una nueva oportunidad. Suturar heridas, intentar reparar un daño, recomponerse de un atentado a la confianza es un trabajo del vínculo pleno de sentido. Desafío trabajoso pero posible, aun habiendo vivido una experiencia traumática, injusta y lesiva. Encarar el camino de la reconstrucción de la confianza perdida devuelve la energía que parecía agotada. Y al hacernos cargo como protagonistas de aquello que nos aqueja, vamos más allá de nuestras circunstancias haciéndonos responsables activos de nuestro destino. Lo importante, decía Sartre, no es lo que la historia hizo con uno, sino qué hace cada persona con lo que su historia y sus circunstancias hicieron de sí.

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