domingo, 22 de abril de 2012

IntraMed - Noticias médicas - Quieren incluir al “síndrome del quemado” como enfermedad

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18 ABR 12 | 27° Congreso Argentino de Psiquiatría
Quieren incluir al “síndrome del quemado” como enfermedad
Ya lo padece uno de cada tres profesionales. Es una mezcla de estrés y desgaste físico y psíquico. Afecta principalmente a médicos y docentes. Un equipo de psiquiatras argentinos está impulsando un proyecto para que la OMS lo reconozca.

Clarin.com
Por Gisele Sousa Dias
Síntomas. El síndrome del quemado genera extenuación emocional, insensibilidad, desmotivación, irritabilidad y falta de cuidado con seres queridos.

Al principio le cuesta dormir, la comida le cae mal, tiene problemas sexuales, el cuello duro y apenas pone un pie en el trabajo siente que se le parte la cabeza. Le parece normal y sigue. Unos meses después empieza a llegar al trabajo arrastrando los pies, tiene la motivación de una ameba, tarda el doble, rinde poco y busca excusas para faltar. Se fastidia, el médico le dice “debe ser estrés” y sigue. Al final, se siente una cosa y empieza a tratar al resto como cosas, piensa que la “realización personal” es una utopía, le da lo mismo que lo premien o que lo echen: se convierte en un robot. El burnout o el “síndrome del quemado” –la sensación de haber fundido motores– ya afecta a 1 de cada 3 profesionales que trabajan con personas . Ahora un equipo de psiquiatras argentinos presentará un trabajo científico en el que proponen que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo considere una enfermedad laboral .

El tema se tratará por primera vez en el 27° Congreso Argentino de Psiquiatría que comienza hoy en Mar del Plata. Allí, un equipo de expertos propondrá su inclusión en la Clasificación Internacional de Enfermedades, elaborada según criterios de la OMS.

“El burnout ya es un g rave problema de salud pública pero no es atendido como tal”, sostiene la psiquiatra Elsa Wolfberg, especialista en medicina del trabajo y miembro del equipo. “Por un lado, es un problema para el trabajador, que no sólo pierde la motivación y la capacidad de responder a las exigencias del trabajo sino que ve afectada toda su vida social. En su casa está irritado, le molesta todo y hasta deja de cuidar a sus seres queridos. En su trabajo, además, se rodea de colegas en la misma situación, por lo que se generan ambientes muy tensos. Pero también es un problema para las empresas porque estos empleados son menos competentes, eficientes y faltan más. Sólo si se empieza a tratar al burnout como una enfermedad laboral se podrá diagnosticar y prevenir ”, explica.

Se refiere a que hoy se diagnostica como “estrés” y se manda al profesional a descansar unos días. Pero después vuelve al mismo trabajo monótono, mal pago, sin reconocimiento y repleto de quejas: por lo que vuelve al punto de partida. El equipo de psiquiatras cree que la valoración en el campo médico, además, desembocaría en el reconocimiento jurídico . De ser contemplado por la Ley de riesgos del trabajo podría abrir el camino a indemnizaciones, por ejemplo, para casos que terminan con una incapacidad transitoria o permanente. Comprobar que el origen del síndrome fue el trabajo no sería imposible: para eso existe el cuestionario de Maslach (está online) que permite saber si estamos “quemados” y en qué grado.

El cuestionario fue pensado para médicos porque fue en los primeros que se describió burnout . Docentes y personal de atención al público los siguen en el ranking. Tienen en común la violencia de sus interlocutores: clientes que insultan, pacientes y familiares que agreden y alumnos o padres que atacan. No es difícil entender por qué los psiquiatras creen que podría haber burnout en cualquier otro rubro donde haya personas prestando un servicio a personas.

“No va a ser sencillo. Incluirlo como enfermedad laboral significará que tanto las empresas como el sistema de salud deberán hacerse responsables de que algunos trabajadores se enfermen”, agrega Jorge Berstein, miembro del equipo de la Asociación de Psiquiatras Argentinos que presentará la propuesta y profesor de Medicina Familiar en la Universidad Favaloro. “Los casos más graves se ven en los médicos. Sin embargo, si un chofer trabaja 24 horas seguidas la prensa hace un escándalo, pero si un médico opera después de 24 horas de guardia aparece en un reality como un héroe”.

“Todos saben de qué hablamos pero el burnout está en un limbo”, dice Wolfberg. “Estamos hablando de profesionales que se vuelven desapegados, cínicos, que bloquean sus emociones y se robotizan”. Todos saben de qué hablamos. Por eso muchos añoran a los médicos que tenían tiempo para escuchar antes de prescribir. O a los docentes que eran como padres para los alumnos. O a los telemarketers que, al menos, intentaban resolvernos el problema.


Perfil del “quemado”
Tiene un trabajo excesivo con restricción de su capacidad de decisión (por ejemplo, no poder cambiar el ritmo de la atención aunque eso mejoraría la calidad de su labor).
Tiene poco reconocimiento por su tarea, tanto por parte de la institución para la que trabaja como de los usuarios (como pacientes que se sienten maltratados por su sistema de atención y se descargan con quien los atiende).
Recibe una mala remuneración (siente que con el pago que recibe no puede sostener una educación para sus hijos equivalente a la que ha recibido).
Sienten que su trabajo interfiere en su vida social y familiar.
Fuente: Federación Argentina de Medicina Familiar y General


“Tengo miedo de andar por la calle”
Profesión: Director de colegio. Fue agredido por un alumno.
En septiembre, un alumno de 15 años y su madre lo atacaron con palos y un cuchillo. Hoy, seis meses después, Ricardo Fusco (45), director de un colegio de Pergamino, sigue con licencia médica. “¿Qué es lo que nos quema? El desinterés: después del ataque me diagnosticaron estrés postraumático. Y si hoy voy al psiquiatra es porque lo pago yo”, dice a Clarín. “Pero la apatía es general: los padres se quejan porque los chicos llevan tarea a la casa, si les das deberes vienen sin hacer, los citás para hablar de su educación y los hacen faltar para que te olvides. Y si vienen te quieren agredir. Llega un momento en que todo te deja de interesar. Preparás las clases, explicás diez veces y cuando tomás la evaluación aprueban dos. Eso emocionalmente te mata”.

Pero el problema abarca a toda la sociedad. “Tengo 16 años de antigüedad, soy director y cobro 4.000 pesos mensuales. Soporto el dicho que dice ‘más hambre que maestro de escuela’ y después viene la presidenta a decir que trabajamos cuatro horas por día y tenemos tres meses de vacaciones”. Lo que lo satura, dice, es la sensación de que no tiene a quién recurrir: “Yo había denunciado a la madre que me atacó y nadie hizo nada. Ahora los diarios locales mostraron que viola el arresto domiciliario ¿Y? El chico que me quiso apuñalar está libre. Yo tengo miedo de andar por la calle. ¿Y si me lo encuentro? ¿Cómo no nos vamos a sentir agobiados?”.

“Sentía que no me quedaba cerebro”
Trabajo: atención de llamadas de emergencias.

En 2004, Teresa comenzó a trabajar atendiendo los llamados de emergencia en el 911. “Había días que eran ‘Código Rojo’, es decir que había una emergencia detrás de otra. Entonces pasábamos desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana sin poder ir al baño. Mi trabajo era así: entraba un llamado por un nene de 9 años que estaba bajo la lluvia porque su madrastra no lo dejaba entrar a su casa. El que seguía era alguien que avisaba que una mujer desnuda se había tirado arriba de un auto. El que seguía era alguien que decía que un hombre estaba teniendo sexo con un caballo en la puerta de su casa. El que seguía era una broma. El que seguía era una puteada porque el patrullero no había llegado. El que seguía era alguien que avisaba que los bomberos que había mandado a la broma acababan de chocar. El que seguía era una mujer que acababa de ver un bebé caer por una ventana. El que seguía era un hombre que decía que escuchaba ruido afuera. El que seguía era el mismo hombre, silencio y el ruido de un tiro. El que seguía era alguien que avisaba que había un hombre muerto”.

En medio de esa vorágine, Teresa tenía que tomar nota de cada llamado y enviar un móvil de urgencia a cualquier parte del conurbano. “Llegó un momento que no podía escribir. Sentía que no me quedaba cerebro: me llamaban y me decían ‘En tal calle están acuchillando a alguien’ y yo le decía ‘¿Perfecto. ¿Dónde señora? y me contestaban: ¿Pero vos sos idiota? Atender emergencias me quemó la cabeza”.

Teresa está hace un año con licencia médica. Dice que durante los primeros años no había lugares de descanso y que los jefes –eran militares– bajaban el aire a 7 u 8 grados para que no se durmieran.

“Me arruinó la vida. Mis hijos me decían ‘vamos a pasear’ y yo les decía ‘déjenme de joder, vayan ustedes’. Hoy me esfuerzo por atenderlos, pero si comen o no me da lo mismo. Y así me separé. Cuando quise volver a trabajar me mandaron a un lugar peor y con la mitad del sueldo. Me terminaron diciendo ‘así no nos servís’”.

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